miércoles, 9 de marzo de 2022

PASEO DE LA ZURRIOLA

 Era el lugar ocupado hoy por los jardines de Oquendo, entre los actuales puentes de Santa Catalina y de la Zurriola. cuando aún no existían ni el hotel Maria Cristina ni el Teatro Victoria Eugenia.

Sombreado por frondosos árboles, aparecía como el escenario adecuado para los desfiles de carruajes, al final de las corridas de agosto, donde algunos hacían ostentación incluso de su automóvil, recién inventado. Sitio escogido para animadísimos bailes populares, para las ferias de septiembre, con la Montaña Rusa, y en el que jueves y domingos, el insustituible y polifacético Marcelino Soroa instalaba su Teatro Guiñol.

Para honrar a un donostiarra ilustre y adornar el nuevo paseo se pensó en levantar un monumento al almirante Antonio de Oquendo. Por una Real Orden previa el Ministro de la Guerra pudo ceder (19.11.1886) a nuestro Ayuntamiento cinco toneladas de bronce, que se habrían de sacar de cañones vie jos que se traerían por mar desde el parque de Santoña. Con todo, en la sesión del 8 de julio de 1892, cuando se leyeron los presupuestos referentes a la estatua, se vino a saber que iba a costar 52.200 pesetas por su modelado, fundición y embalaje. Era esto lo que a la sazón costaba un almirante de bronce. Nos hubiera gustado conocer la opinión de la amatxo del de carne y hueso.

No todo fue grato en aquel paseo. En la víspera de la Virgen de 1895, estando un corista de la Compañía de Opera del Circo durmiendo la siesta sobre el murallón del paseo (¡qué poco cuidaba su laringe!), se cayó al agua y se ahogó. Lo más triste fue que, luego, el público asistente a la Opera ni lo notó.

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