La prensa de 1885, haciendo la propaganda de la ciudad, aseguraba: «en materia de paseos tenemos la Concha, la Zuirriola, el Boulevard y Atocha o San Francisco». Los donostiarras habían mudado el nombre de la Alameda por el de Boulevard al poco tiempo de que, en 1865, comenzara su historia como primer paseo ajardinado y con arboleda, gracias al triunfo de los alamedistas. Su origen es el mismo que el de los no menos famosos boulevards parisinos, que también ocupan con la mejor eficacia, propia del siglo XX, la militar que cumplieran en siglos pasados las murallas y baluartes del París feudal y absolutista. Nuestro «Bulevar» ocupó igualmente el espacio reservado anteriormente a las murallas.
Y de aquel Bulevar, como lo hemos llamado desde chavales, decía aquel periódico:
«Es la representación de la vida forastera, es aquel foso de la antigua muralla, relleno hoy con sus mismos bloques y convertido en hermosísimo paseo... La época clásica de este delicioso paseo es en agosto, en cuyo mes, el día de la Virgen, la afluencia llega al summum y se reúnen allí muy cerca de 20.000 almas».
Luego el Bulevar se convirtió en lugar tranquilo, adornado de árboles, por el que casi nadie pasea y por el que cruzan muchos y aprisa.
En 1882 se advirtió que el paseo resultaba estrecho y se optó por ensancharlo, agregándole la calle de la Alameda, que se asfaltó. Aquello supuso el final de la que antaño fuera la Plaza Vieja.
Y al año siguiente se trató de darle algún ornato, por lo que decidieron dotarlo de iluminación eléctrica y de gas, por si fallaba la primera, se dejó mayor espacio entre los árboles,pues se les antojó que crecían demasiado lentamente, circunstancia que se aprovechó para reemplazar los plátanos por olmos y rodeando, además, el pie de cada árbol con una placa de hierro agujereado con el fin de que permaneciera siempre floja la tierra y no apisonada, como suele suceder en todo paseo mal atendido.
En el centro de aquel Bulevar se levantó un kiosco (19), desde el que, y durante los tres meses del verano, se regalaba al auditorio con conciertos diarios, de mediodía y de noche. Dos de las mejores bandas de música españolas -recuerda Donosty- pasaron durante los años postreros de los años setenta, dirigidas por los maestros Roig y Pintado, hasta que se fundó la Banda Municipal.
Los donostiarras de aquella época fueron, al parecer, los más clasistas de toda la historia de San Sebastián. Por aquellos años, también en este paseo establecieron su peculiar «apartheid»: los presuntos aristócratas paseaban por la calzada recientemente asfaltada y contigua a la parte del ensanche, la mesocracia, por la avenida de árboles, sobre gravilla y próxima a la calzada aristocrática, mientras que la restante democracia por lo que quedaba, hacia lo viejo, donde no había sillas. En este último sector se encontraban los errikoshemes, los castizos donostiarras los arrantzales, los que consideraban aún una deserción el sólo imaginarse que cruzaban el Bulevar. En la acera de la parte nueva se instalaban en verano puestos de refrescos, en los que se servía «eskonfa ta ura» (20) por cinco céntimos. Eso era con lo que los «pollos» obsequiaban a la cigarrera o modistilla de sus entretelas.
Los paseos eran muy cortos para los elegantes.
En aquel lado elegante del Bulevar se abría el Café Kutz (luego de la Marina), en la esquina con la calle de Garibay, en la manzana siguiente destacaba la pastelería Novelty, centro de reunión de los veraneantes aristócratas, donde hoy está el Trust Joyero, y, pasando la calle de Elcano, que casi ningún veraneante cruzaba, se hallaban aún la Casa Gómez, la Relojería Beiner y hasta el Café del Norte, en la lejana esquina de la calle de Legazpi.
Cruzando a la acera frontal, tropezaríamos con la democracia y encontraríamos el comercio de Pérez Egea y la zapa. tería La Imperial, que muchos hemos conocido, y, luego de algunos portales y antes del Café Oriental, pero ya en los arcos, la Casa Bolla.
Por aquellos años, el Bulevar era el mentidero de la ciudad y, por consiguiente, los periódicos redactaron sus noticias «desde la esquina del Boulevard».
En sus aceras se abría una de las entradas del Casino, los cafés de la Marina, Oriental y del Norte, la cervecería de la viuda de Pozzy, el viejo Parador Real, el «Restaurant des Etrangers», el gabinete del fotógrafo Resines, la camiseria de Olave, el despacho de periódicos de las hermanas Aramburu (que ya vendían prensa extranjera y sin censura), las quincallerías de Ayani, Voisin, Bricheau, Bianchi..., los coloniales de Arana, la confitería de Las Delicias y las relojerías de Beiner, Durant y Girod.
Además, por cinco céntimos, los niños podían pasearse en un cochecito-jardinera, que daba la vuelta a todo el cuadrilátero de Bulevar, entre las risas de sus amiguitos y el cascabeleo del borriquillo.
Un escritor madrileño, entusiasmado por lo que veía en 1888, rimó malamente:
«El bolevard (sic) es bonito. Hay que verle al mediodía cuando, en pelotones, salen las guipuzcoanas de misa, para probar que en el Norte hay también muy buenas chicas que se reirán de firme de las cataduras físicas que en figura de mancebos en verano las visitan».
Pero dejemos a las chicas en pelotones que se rían también del poetastro madrileño que se coló en nuestro veraneo y pasemos a otro paseo.
*********************************(19) El Pueblo Vasco del 4 de mayo de 1907 notificaba: «Llegan de Zaragoza todas las piezas para la construcción del nuevo kiosco el paseo del Boulevard. Hoy empezarán a armarlo».
(20) Agua con bolados.
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