lunes, 25 de octubre de 2021

LA FUENTE DE SAN TELMO (KAÑOIETAN)

 


Un grupo de donostiarras de pura cepa, a la cabeza de los cuales se encuentra don Joaquín Baroja, ha elevado un razonado escrito al Alcalde de nuestra Ciudad, pidiéndole favorezca la restauración de la fuente monumental adosada a la casa de los Mendizábal, en la plazuela de San Telmo, contigua a la calle del 31 de Agosto. Es cosa que puede hacerse con poco dinero y un poco de buena voluntad. Es de creer que tan simpática petición, acogida favorablemente por nuestro Alcalde, como todas las que se refieren a nuestro "txoko" donostiarra, se resuelva de conformidad con los deseos de los peticionarios. Aparte la restauración de la fuente en sí y de los poyos y gradas que la rodean, sería cosa de proporcionarle un adecuado fondo, procediéndose al revoco y pintura de la fachada de la casa de los Mendizábal a que está adosada o ,cuando menos, de la parte de aquella correspondiente a la fuente de referencia.

No obstante nuestras pesquisas para encontrar los antecedentes de la misma, seguimos ignorando todo cuanto a ella se refiere. No más que a título de inducción, nos atreveríamos a decir dos cosas relativas a dicho simpático monumento: Primero, que el estilo de su construcción parece datar de la época de Carlos III, y segundo, que esa fuente parece estar construida sobre uno de los cuatro o cinco pozos antiguos de San Sebastián, de la época en que aún no se había practicado ninguna traída de aguas del exterior de la Ciudad, de las cuales la de Morlans fue la primera.

Y puestos ya a restaurar fuentes, ¿por qué no hacer extensiva la petición a la adosada a la fachada de la iglesia de San Vicente, frente a la antigua calle de la Trinidad? La construyó Geney, es de estilo gótico, fue una de las primeras fuentes decorativas de San Sebastián, si no la primera, y au agua estaba reputada como la más fresca de la Ciudad.

Ahora bien: lo que tanto en una como en otra fuente, así como en la de más allá, esto es, la del león de la plazuela de Lasala, debe hacerse, es rehabilitarlas como tales fuentes, dotándolas de agua corriente. Porque las fuentes, si no fluentes, no son fuentes. Así lo determina, al menos, el Diccionario de la Lengua .

(B.I.M. núm.4.1959)

martes, 14 de septiembre de 2021

BROCOLO

 BROCOLO

¿Quién no ha conocido al insigne Brocolo?

Carnicero, empleado en ferrocarriles, pintor de brocha gorda, pescador, militar y músico, tenía aptitudes especiales para todo; pero nació con mala estrella y murió de un derrame amílico complicado con una gastritis zurrutil.

Desgraciado desde su infancia, un matador de cerdos, un zulú, le vació el ojo derecho con un cuchillo propio del oficio, al querer ahuyentar a los chicos que presenciaban la operación del sacrificio cerdil.

Dedicado desde muy joven a las faenas de la carnicería, no era extraño decir: -gaur diat amaren matantza; bigar arrebarena .... queriendo manifestar que el ganado destinado al sacrificio, correspondía limpiar y arreglar a su madre o hermana.

Estuvo encargado de la limpieza de las locomotoras en la Estación de esta Ciudad, y desde entonces databa el reluciente brillo de su bruñida nariz, que más que apéndice humano parecía el aldabón de una antigua casa solariega o el rompeolas de la Zurriola.

Se dedicó a pintar las escaleras de bajada para la playa y terminó el trabajo de una de ellas a los tres meses de haberlo empezado, después de haber empleado quintal y medio de pintura.

Más tarde, y habiéndose formalizado la guerra, ingresó en una compañía volante del distrito, haciéndose célebre por sus extravagancias y por un hecho que merece especial mención.

Al recibir el fusil Remington con el cañón empavonado, nuestro buen Brocolo creyó dar muestras de hombre de talento y de aseado soldado al quitar el pavón al Remington, y sin encomendarse a Dios ni al diablo, coge el fusil, se va a la cocina de la casa donde estaba alojado y comienza a frotar el cañón contra la piedra de la fregadera, hasta dejarlo convertido en una flauta.

Excusado será decir que no le dieron ninguna cruz por la invención de este original procedimiento de limpiar las armas.

Para que se conozcan las envidiables aptitudes que poseía nuestro protagonista, bueno será consignar también que tocaba los platillos en la antigua banda de música del pueblo, verdadero museo de antigüedades por lo que respecta a los instrumentos. Por supuesto, que los platillos no tenían de tales más que el nombre y se reducían a dos tiras de metal que los golpes y la fabricación clandestina de ochavos, iban mermando paulativamente.

Su pintoresca manera de relatar los sucesos era tan particular, que un día queriendo referir el bárbaro castigo que los carlistas dieron a una mujer por sospechosa de espionaje, dijo que le habían propinado veinte palos con una alpargata.

Es célebre la frase con que le contestó su madre cuando a raiz del fallecimiento del padre fue a reclamarle la legítima paterna o aitaren partiak.

En otra ocasión hablaba el insigne Brocolo con el que escribe estas líneas y le dijo que le precisaba ir a Fuenterrabía a visitar a su suegra, ciega hacia muchos años, quien le avisaba que tenía grandes deseos de verle.

Fue servicial en vida y llevó a cabo un acto de arrojo, lanzándose al mar embravecido desde el muro de la Zurriola, a recoger el cadáver de una infeliz cómica que en un momento de desesperación puso fin a sus días, a a sus noches, que esto no está aún bien averiguado.

Fue diestro en el manejo de la Soka-muturra y contribuía por carnaval a las repentinas caídas de los belarri-moches.

Descanse en paz.

sábado, 12 de junio de 2021

EL CABARET JAPONÉS DEL GRAN KURSAAL


En las noches de verano, la luz violácea que dejan caer las lámparas de formas exóticas del cabaret japonés del Gran Kursaal atraen, como a las mariposas, a todo noctámbulo consciente de sus deberes.

Mientras los Boldi arrastran los valses y el "jazz-band" americano "Notre Dame" piruetea los "charlestons", los concurrentes al cabaret del Kursaal se divierten en grupos.

Los ingenuos se sientan alrededor de la pista y danzan con entusiasmo furioso en cuanto una de las orquestas ataca un tango, un "charleston", un pasodoble o un vals. Y rodeando con su brazo derecho el talle de su pareja - vestida como una princesa o un hada de cuento con su traje de colores vivos bordado de perlas -, marcan los pasos rigurosamente, trenzan las piernas epilépticamente, imprimen a sus cuerpos ondulaciones de odalisca.... Unos danzan espectacularmente; otros con preocupación armónica y por vocación estética; otros como medida higiénica, con el anhelo de perder unos kilos y ganar flexibilidad. Y todos ellos, al terminar el baile, corren a casa y caen en su lecho pesadamente en un sueño reparador .....

Los misántropos suben las escaleras y se asientan en las proximidades del bar. Desde allí contemplan el espectáculo de la danza con un rictus de amargura en los labios y un comentario irónico, mientras el humo aromático de un cigarrillo oriental se eleva verticalmente como símbolo de la inacción y del hastío. Desde allí retrataba Lagarde la agitación de la pista, y su figura de Greco - triste, alargada y austera- entonaba felizmente en el ambiente de misantropía .....

Los pasionales buscan los palcos y cantan madrigales -poéticos o biológicos- a la dama ocasional a la que acompañan al compás de un vals erótico o un fox enloquecedor.

Y la música de los Boldi y "Notre Dame" y la luz violeta que llueve de las lámparas son un acento que hace sonar más fuerte la ingenuidad, la misantropía y la pasión de los ingenuos, misántropos y pasionales noctámbulos que acuden, como las mariposas, al fulgor de las lámparas del cabaret japones del Gran Kursaal. 

(APUNTES DE LAGARDE - LA VOZ DE GUIPÚZCOA.17/08/1926)


domingo, 30 de mayo de 2021

LA TORRE DE IGUELDO

 Dicen unos que si ha sido faro; dicen otros que si fue fortaleza, hay quien afirma que sirvió de telégrafo; yo creo que pudo ser las tres cosas distintas sin pasar de ser un torreón a propósito para presenciar una de esas borrascas bravías en época de equinocios.

No se recuerda cuando ni quién levantó la torre de Igueldo; pero hay un recurso muy socorrido en estas cosas. El acueducto de Segovia le hizo el diablo, al decir de las gentes. ¡Claro! No se les ocurrió a los romanos dejar signo ni señal que aclarase la historia de tan colosal obra y alguno lo había de hacer.

Si la torre citada no la hizo el diablo, le anduvo muy cerca, porque es creencia bien admitida que es construcción de Felipe II.

Pudo y debió servir de faro y de telégrafo; es lo cierto que sirvió de guarida, aunque por pocos días, a los carlistas, y en el día es una especie de torre de fichas de dominó. Poco menos.

Alzase sin arrogancia, como las viejas enfrente de las muchachas jóvenes, sobre un cerro, y aunque a veces atrae las miradas de los donostiarras, no es ciertamente, ni por su esbeltez, ni por sus recuerdos, sino porque cuando por aquel lado el horizonte se presenta nebuloso, es señal de lluvia.

Y si algo recuerda del tiempo de Felipe II, es triste coincidencia que la fatalidad elabora, que cuando miramos hacia ella sea para ver la tormenta.

Ni más ni menos que cuando nos asomamos a la historia y nos fijamos en las páginas de aquel reinado teocrático: vemos un período de horrenda tempestad.

Desde Igueldo se aprecia la verdadera configuración de la Concha de San Sebastián, cuyo trazado perfecto remata la Isla de Santa Clara formando el broche.

Hay que mirar preferentemente a la izquierda, sobre todo si el mar está agitado.

El monstruo se revuelve, se sacude, se retuerce iracundo en una superficie que la vista no abarca, y viene en ondas que trepidan a estrellarse con estrépito contra el lado posterior de la Isla, cuya cara de roca aparece cortada a sierra y pulimentada a buril.

San Sebastián formando una hoz aparece bella, elegante, airosa. El panorama es espléndido y animado.

Pero al observador le asalta la reflexión obligada en semejantes ocasiones.

La torre representando una época de tiranía que ya pasó, frente a la que el progreso y la civilización forman.

Y tenemos que pisar lo histórico y lo viejo para admirar lo moderno y hermoso.

En noches serenas habréis podido observar el paso de la luna sobre la torre de Igueldo, pareciendo : “un punto sobre la i”, que dijo Alfred Musset.

¿No os ha parecido el aderezo más apropiado para tan tosco torreón?

Una luz muerta iluminando a un fantasma del pasado. Allí la muerte y aquí la vida.


AÉMECE. (LA VOZ DE GUIPUZCOA.- 03/11/1891)